EL CEMENTERIO JUDÍO DE SAN FRANCISCO, RESTOS Y EDIFICACIONES DE UNA COMUNIDAD QUE YA NO EXISTE

San Francisco (Provincia de Córdoba). Para quienes no lo conocen, el cementerio judío guarda retazos de historias de una doctrina que, actualmente en la ciudad, practica un grupo de personas muy reducido.

Camino al Parque Industrial se encuentra el cementerio judío, un espacio chico y grande a la vez. Actualmente en la ciudad sólo unas pocas personas practican la doctrina.

La población judía en nuestro país es la más grande en toda América Latina, y San Francisco tuvo su comunidad, tal es así que en la década del ’20 edificaron su propio cementerio. No obstante, con el paso de las décadas, muchas familias se marcharon.

Bajo tierra ese cementerio alberga más que restos, también a esa particular y milenaria cultura que ha ido desapareciendo de la ciudad. Porque aunque pequeño ese predio parece grande, y lo seguirá siendo.

Si uno ingresa por el portón, se encuentra del flanco derecho a un árbol que, en una rápida mirada, y no por lo gigante sino por la forma, recuerda a un Ent (del mundo imaginario por J. R. R. Tolkien). En el recorrido rápidamente el anonimato se hace presente. Por robo de placas en algunos casos; y en otros, por el dañino y caprichoso, y vale decirlo: nunca desapercibido, accionar del paso del tiempo.

Los árboles, tan añejos quizá como el mismo cementerio, no contienen sus raíces y levantan el piso, y con ello las lápidas, dando así, moleste o no, un mínimo relieve a tanta y tanta planicie que nos rodea.

Una hermosa beba puede verse en una de las fotos. Se trata de Amalia Stolkiner, fallecida -lo dice la lápida- un día después de cumplir los dos años, el 14 de diciembre de 1943.

Algunos nombres tienen sus flores plásticas como presente. Y no faltan moras, caídas de los árboles. Nítidas o no, se aprecian inscripciones en hebreo, sean nombres o epitafios. Y el símbolo presente siempre es la estrella de David.

Aunque lo más llamativo para alguien ajeno a las costumbres judías es encontrar piedras sobre las lápidas. La razón es la siguiente: ven en la piedra un carácter perpetuo, cercano a lo ‘eterno’, como acontece con el alma, que nunca muere.

El relato de Beatriz, una asidua visitante del cementerio

Beatriz Dikenstein de Stilman llegó con su familia a la ciudad en la década del ’50. “Cuando llegamos ya estaba el cementerio, obviamente, pero se había ido casi toda la colectividad”, recuerda.

“Hoy lo poco que hay -prosigue- son matrimonios mixtos. No tenemos templo, eso quiere decir mucho, no tenemos lugar para ir a decir una oración. Y yo soy practicante. Con mi esposo cuando queríamos hacer una ceremonia o un bautismo nos íbamos a los templos de Buenos Aires o de Córdoba, no quedaba otra”.

Desde Moisés Ville, viene un rabino para llevar a cabo el rito ceremonial cuando sucede un fallecimiento. Primeramente dice unas oraciones en la sala velatoria y hace lo propio a posteriori en el cementerio. Sus oraciones son en castellano y en hebreo. Recién al mes del fallecimiento se permite poner una placa de cemento; y al año, una lápida. 

Quienes no pertenecen a la colectividad no tienen espacio allí al fallecer, por lo tanto, no es posible que los matrimonios mixtos, cuando llega el adiós inevitable, ‘descansen’ juntos.

Bajo la Intendencia de Jorge Luis Bucco, la comunidad judía -o lo que de ella quedó- accedió a que el predio se achique, pues se extendía largamente hacía atrás. A cambio, el municipio se comprometió a hacerse cargo del mantenimiento. “Como éramos pocos no necesitábamos tanto espacio. Y el cementerio católico queda siempre chico”, dice.

Desde hace varios años Beatriz es presencia y voz en ese espacio. Cuando la mantención no se lleva adelante, ella misma realiza los reclamos. Aunque lo dice, en no pocas ocasiones sus pedidos no fueron atendidos.

“Nadie le daba bolillla, era tierra de nadie. Y como estaba parte de mi familia ahí llegó un momento en que empecé a preocuparme para que esté en condiciones. Por eso digo que soy como la gerenta. Hace unos años vino un viento muy fuerte y tumbó dos pinos enormes que rompieron el tapial y el portón. Casi me agarra un ataque cuando vi eso, incluso me di un golpe porque estaba el lugar lleno de escombros. Llamé varias veces para que vengan a hacer los arreglos”.

“Hasta he sacado ramas de las lápidas… después, en un tiempo, el tapial más grande daba pena verlo, y lo tuve que hacer pintar yo porque nunca atendieron mis reclamos”, enfatiza.

El cementerio, asimismo, no cuenta con agua corriente. “Tengo que ir con un bidón de agua. De Amos me dicen que es algo sencillo de hacer, pero no sale la decisión para que se haga”, indica Beatriz.

Según la tradición, al ingresar a un cementerio se dice una oración si hace más de 30 días que no se lo visita. Sin embargo, a Beatriz no le es necesario. “Voy todos los domingos a visitar a mi esposo. Y a mis suegros. Es que me siento bien cuando voy”.

  • Fuente: La Voz de San Justo (San Francisco – Córdoba)
  • Autor: Juamps Lídiam
  • Fecha: 28/08/2017
  • Nota C4

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