BUENOS AIRES / CEMENTERIOS ABANDONADOS: LAS PLAZAS Y ESQUINAS PORTEÑAS DONDE CAMINAMOS SOBRE CADÁVERES Y ATAÚDES OLVIDADOS BAJO TIERRA

A lo largo de la historia de la Ciudad de Buenos Aires hubo alrededor de 40 enterratorios. Hoy son tres los cementerios oficiales: Chacarita, Recoleta y Flores. Mitos, leyendas y verdades de lo que sucedió con los que dejaron de existir y las distintas formas de inhumar a los muertos a lo largo de los años.

Noviembre comienza su calendario con dos festividades que fueron cívico-religiosas en su momento, y hoy sólo son de conmemoración para la comunidad católica: la festividad del Día de Todos los Santos y la conmemoración del Día de Todos los Fieles Difuntos. Muchos años atrás eran días feriados y grandes multitudes de personas se abalanzaban a los cementerios a rendir homenaje a los que ya no estaban. Particularmente recuerdo haber acompañado a mi abuela (de riguroso negro) a dos de los tres cementerios de la Ciudad, Chacarita y Recoleta. Las muchedumbres se agolpaban para poder comprar flores y tal eran la marea de gente que se ubicaban grandes carteles en las puertas que indicaban el ingreso o la salida de los camposantos para evitar avalanchas. Hoy todo cambió, por lo menos en la frenética ciudad de Buenos Aires. No ocurre lo mismo en pueblos de toda la Argentina en los cuales se sigue manteniendo esta costumbre.

Pero estos lugares donde los habitantes de la Metrópoli Porteña concurren a homenajear a sus fieles difuntos ¿desde cuándo están en ese sitio? Hagamos un breve recorrido sobre los lugares de enterramiento y los entretelones políticos y religiosos de los cuales ni los muertos se salvan…

Durante todo el periodo Virreinal. hasta 1822, los difuntos eran enterrados cerca de las Iglesias o dentro de ellas. Las “familias nobles y principales” de la Villa de la “Santa Trinidad del Puerto de Santa María de los Buenos Aires” poseían el privilegio de ser sepultados dentro del templo. Mientras más cerca del altar Principal; más importante la familia. Si habían donado algún altar o retablo se los sepultaba al pie del mismo. Como detalle, basta recordar que la familia del Gral. Manuel Belgrano está enterrada en el crucero de la Iglesia de Ntra. Sra. Del Rosario, convento de Santo Domingo de Bs. As., dada su afinidad de ésta con la orden de los Dominicos. Pero el mismo Manuel Belgrano solicitó no gozar de ese privilegio sino ser depositado en el atrio de dicha Basílica. Los laicos eran sepultados con los pies hacia el altar, los clérigos con la cabeza dirigida al mismo. Los que no poseían fortunas eran enterrados alrededor de los templos, pero igualmente siguiendo un estricto orden social: mientras más cerca del muro perimetral del templo, poseían más jerarquía en la sociedad civil común. Dejamos en claro, solo los difuntos católicos tenían ese privilegio.¿Y si había de otros cultos? Ya veremos…

Los esclavos no corrían la misma suerte que sus amos de ser enterrados en un “camposanto”. Cuando fallecían eran abandonados en algún “hueco” (un baldío, diríamos hoy) o espacio abierto para ser devorados por los cientos de perros que vagaban por la ciudad, dado que eran sepultados sin ataúd: se los envolvía en una tela y se los depositaba en un pequeño pozo a escasos centímetros del suelo lo cual era fácil de escarbar por los hambrientos animales que vagaban por la ciudad.

Si realizamos un recorrido por las iglesias del casco histórico de la ciudad de Buenos Aires (por los templos más antiguos de todas las ciudades de la Argentina) observaremos, por ejemplo, que en la iglesia San Juan Bautista descansan los restos de don Pedro Melo de Portugal y Villena, quinto virrey del Plata, muerto en Montevideo hacia 1797 y trasladado a este templo para su reposo eterno por expresa voluntad, dado que una hija de él era Monja de ese convento de Santa Clara. Además, bajo el coro de esta iglesia existía una cripta que albergó los cuerpos de doscientas setenta monjas clarisas y en su claustro se encuentran sepultados, debajo de la escultura de Santa Clara, los restos de los caídos en las invasiones inglesas: los porteños junto con los ingleses.

Desde 1787, la “Real Hermandad de San José y Ánimas del Campo Santo” se encargaba de ofrecer cristiana sepultura a todos aquellos que no podían afrontar los gastos del entierro, y oficiaban el rito en un terreno vecino a la Parroquia de San Pedro González Telmo (ubicado sobre la actual Humberto 1° y Defensa). También en el “Patio de las Ánimas de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales”, ubicada en Av. Independencia y Salta se encuentran sepultadas todas las “beatas” que allí moraban, y las personas que trabajaban al servicio de la casa. Se presume que allí también descansan los restos del Pbro. Manuel Alberti, cura párroco de la antigua iglesia de San Nicolás, demolida para construir la av. 9 de julio, dado que sus padres habían donado parte del terreno donde se construyó la Casa y fue capellán de la misma hasta su fallecimiento. Asimismo en la Catedral Metropolitana, (un dato, la Catedral de Buenos Aires posee nombre, es “De la Santa Trinidad”) dentro del templo se encuentran su cripta muchos de los obispos y Arzobispos y sacerdotes ilustres; como así también frente a los retablos de sus capillas laterales las tumbas del Cardenal Quarracino y del Cardenal Aramburu las cuales son del S. XX y la imponente escultura funeraria de Mons. Federico Anerios, eternamente orando frente al retablo de San Martín de Tours sobre el crucero del templo. Y en muchos de los laterales de estas capillas “gente principal”. El General José de San Martin no se encuentra sepultado (como todos creen) dentro del edificio de la Catedral, sino que su tumba descansa donde se encontraba el camposanto de la misma. Y los que reposaban en el cementerio aledaño a la catedral están en un osario en los jardines de la actual Curia. Y así, por todas las iglesias del casco histórico de Buenos Aires y de las principales ciudades, podremos observar enterratorios dentro de las mismas.

En 1822 se realiza la “Reforma Eclesiástica” llevada a cabo por la gobernación del Brigadier General Martín Rodríguez, siendo ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia. Popularmente conocida entonces como “la reforma de Rivadavia”, la cuestión sobre los cementerios pasó a manos del Estado y no de la Iglesia Católica, que había monopolizado el manejo de la muerte (y de la vida…) desde la fundación de nuestras ciudades. Habrán de imaginarse que el tema no fue graciosamente y pacíficamente recibido y jocosamente cedido por la jerarquía eclesiástica católica, porque representaba una importante quita de su poder sobre los vivos…y los muertos. Por esos años, la curia privó de bendición solemne esos espacios de sepultura públicas, dado que no solo serían enterrados allí católicos sino que también lo serían personas de otros credos y suicidas, lo cual era inaceptable para la corriente católica de aquel entonces. En ese momento se crea el “Cementerio del Norte”, actual Recoleta, en lo que era el huerto de los Frailes Franciscanos Recoletos. No era, en su fundación, un lugar de arte tanatológico y de las familias patricias, era solo un cementerio, el único público de la ciudad, y carecía de grandes túmulos, solo simples tumbas de tierra bastante desordenadas al principio. Sus primeros moradores fueron un niño negro liberto llamado Juan Benito y la joven María Dolores Maciel, según cuentan las crónicas.

Si recién en 1822 el cementerio perdió su identidad confesional Católica, ¿los no católicos dónde fueron sepultados hasta entonces? En el interior de las iglesias y a sus costados, claramente no. Tampoco había templos de confesiones no católicas. Eran considerados: “herejes”, “disidentes” e “impíos” y un montón de otros sacros epítetos…. Los que profesaban otros cultos cristianos eran enterrados precariamente a orillas del río, en los bajos del Retiro. En 1820 la colectividad inglesa, mayoritariamente Anglicana, obtuvo el permiso para emplazar un cementerio a espaldas de la Iglesia del Socorro. Allí estuvo enterrada la hija del almirante Guillermo Brown, Elizabeth, (la cual se había suicidado) junto a su prometido, el oficial Francis Drumond. En 1829, los protestantes solicitaron un permiso para una ampliación, pero no se pudo avanzar en ello. Así que en el año 1833 “El Socorro” vio colmada su capacidad, debiendo los “disidentes” buscar un terreno en otro lugar donde poder establecer su segundo enterratorio.

Placa recordatoria en la Plaza 1º de Mayo. Imagen de Infobae.

Este fue ubicado muy lejos de “El Socorro”, en las actuales calles Yrigoyen, Pasco, Alsina y Pichincha, la actual plaza 1° de Mayo. Se lo llamó el Cementerio “Victoria”. Elizabeth Chitty de Brown, la esposa anglicana del Almirante Brown fue sepultada allí y el abuelo inglés de Carlos Pellegrini, el ingeniero Bevans, también. Este espacio estuvo administrado por una comisión compuesta por ciudadanos alemanes, estadounidenses e ingleses, y funcionó hasta fines de 1891. Allí, a partir de 1870, fueron enterrados los primeros judíos que vivieron en Buenos Aires. En 1915 se demolió la capilla, que se encontraba sobre la calle Hipólito Yrigoyen.

Hasta acá todo bien, pero… ¡atención los que son temerosos de los cementerios y se impresionan con los muertos!, ¡tengan cuidado por donde pisan!, Si caminan por el centro de la ciudad de Buenos Aires posiblemente lo estén haciendo sobre varios cientos de difuntos, y no solo en el centro de la ciudad; quizá vayan a descansar a alguna plaza o a leer un libro en ella o a jugar con sus hijos….ignorando que estén sentados sobre algún ilustre antepasado de su familia.

En la ciudad de Buenos Aires se contabilizan 40 lugares de enterramiento entre templos, cementerios cerrados y demás lugares de sepulturas. Pero si estos cementerios fueron cerrados ¿Qué pasó con sus moradores del sueño eterno? Aquellos que tenían familiares los llevaron a las nuevas ubicaciones de los nuevos cementerios civiles y los que no tenían a nadie allí quedaron. Por ejemplo: si caminamos por frente a la Iglesia de San Francisco, en la calle Alsina y Defensa y por sus alrededores, estamos pisando uno de los más grandes enterratorios de la época Virreinal. Y si vamos a la plaza Roberto Arlt, ubicada en Rivadavia y Esmeralda, nuestros pies descansarán sobre lo que era el cementerio de pobres y ajusticiados.

Lo mismo ocurre con la Plaza “Los Andes” que fue allí donde inhumaron a muchos fallecidos a causa del cólera. En los terrenos que eran la “Chacrita de los Colegiales” que pertenecían a los Jesuitas, y por ende al real convictorio de San Carlos, (Miguel Cané nos relata cómo eran los veranos en ese lugar en su libro “Juvenillia”) se enterraron las víctimas cuando colapsaron los cementerios habilitados para aquel entonces el del Norte y el del Sur. Además, esos terrenos se encontraban muy lejanos a la ciudad. No obstante, ese nuevo cementerio fue cerrado y trasladado durante la epidemia de la fiebre amarilla donde hoy está ubicado. Claro, algunos de sus moradores, allí quedaron. Dicen una leyenda urbana (o quizá no tan leyenda) que cuando se construyeron los túneles para el subte de la línea B, al cavar por esos sitios se toparon con varios ataúdes que aún permanecían en la antigua locación. La nueva ubicación contaba inicialmente con siete hectáreas. En 1884 se le adjuntaron otras siete manzanas cedidas por la antigua Municipalidad de Belgrano. En 1885 recibió otras diez manzanas, que eran de un antiguo cuartel de caballería. Finalmente hacia 1907 se agrandó hasta las vías del ferrocarril, y en 1916 hasta la calle Elcano. Y se transformó en el “Cementerio del Oeste”

También el actual “parque Ameghino” era el cementerio del Sud, que colapsó a causa de la fiebre amarilla. Allí se encuentra precisamente el “monumento a los héroes de la fiebre amarilla” donde estaba ubicado el edificio de la administración y en ese recordatorio se puede leer: “El sacrificio del hombre por la humanidad es un deber y una virtud que los pueblos cultos estiman y agradecen”. En ese lugar también quedaron muchos cuerpos sin reclamar.

El pueblo de Belgrano tendrá su primer cementerio en las actuales Av. Balbín, B. Encalada, Zapiola y Av. Monroe hasta 1875. Luego fue luego desplazado hasta donde hoy está la plaza Marcos Sastre, en Av. Monroe y Miller, en el barrio de Villa Urquiza, y funcionó desde 1875 hasta 1898. Ese año se clausuró, pero también los que no tenían familiares no fueron reclamados y siguen sepultados allí. La Plaza se denomina “Marcos Sastre”, porque el escritor y educador estuvo allí enterrado, aunque luego fue trasladado a la Recoleta.

En 1807, el Pueblo de Flores poseerá su cementerio en lo que es hoy Av. Rivadavia y Rivera Indarte. Al crecer rápidamente, fue llevado a un nuevo terreno donado por la familia de Esteban Villanueva en 1832, y ocurrida la Federalización de Buenos Aires se incorporó a la ciudad de Buenos Aires como un nuevo cementerio en 1867.

¿Se acuerdan de los Cementerio de “Disidentes”, el del “Socorro” y el de “Victoria”?, pues bien, fueron vendidos, y los ingleses -junto a los alemanes-, compraron unos lotes junto al nuevo emplazamiento del cementerio de la Chacarita. Allí se inauguraron el Cementerio Alemán (Deutscher Friedhof) y el Cementerio Británico (British Cementery). En un momento estuvieron unidos. En octubre de 1892, las partes que integraban el nuevo Cementerio de Disidentes (o “Chacarita de los Disidentes”) suscribieron un convenio mediante el cual acordaban la forma de repartir los terrenos y administrarlos. Estos quedaban divididos en cuatro secciones: ingleses, alemanes, norteamericanos y una zona reservada para protestantes de otras nacionalidades. Al comienzo se compartía el uso de la capilla, pero en 1915 las partes (Corporación del Cementerio Británico y Congregación Evangélica Alemana) acordaron una separación de la administración, el deslinde de los terrenos correspondientes a cada nacionalidad y la venta del templo a la sección Británica, debiendo la Congregación Evangélica Alemana levantar su propia capilla en un plazo de tres años. Y ¿qué pasó con los predios de los antiguos emplazamientos de estos cementerios? En el del “Socorro” se construyeron edificios, y en el “Victoria” se creó la “Plaza primero de Mayo”. Pero muchos cuerpos del cementerio “Victoria” todavía están allí sepultados, entre ellos los mencionados de Elizabeth Chitty de Brown y el ingeniero Bevans. Una placa en un ángulo de la Plaza recuerda este hecho. En unas tareas arqueológicas realizadas en esa plaza en el año 2006 se pudieron recolectar lápidas, féretros, objetos metálicos (manijas de ataúdes, placas, etc…) y restos óseos. Raúl González Tuñón le dedicará un poema: “Réquiem para el Cementerio de los Ingleses”.

Con un extraño giro de la historia, los templos nuevamente vuelven a recibir a los difuntos, ya no en cementerios parroquiales linderos sino en cinerarios. Los cementerios tradicionales están muy abandonados y lucen prácticamente vacíos en esta metrópoli. Los imponentes mausoleos donde el mármol y los bronces gritaban para toda la eternidad el poder que ostentaba en vida el morador de ese túmulo están deslucidos y muchas veces en ruinas. Cabal demostración de la vacuidad del poder de los humanos sobre otros humanos. Dentro de los soberbios mausoleos, y encerrados en ataúdes de costosa hechura, les ocurre lo mismo que al más pobre de los mortales. Su cuerpo se transformará en huesos y en polvo. Las costumbres fueron cambiando, muchas veces por diferentes cuestiones filosóficas sobre el tratamiento de la muerte, y otras por cuestiones económicas: no es barato mantener una bóveda. Para cerrar, no está mal recordar unas estrofas de las “coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique, el cual hace referencia a un lúcido “omnia mors aequat” (“la muerte hace a todos iguales): “…Nuestras vidas son los ríos /que van a dar en la mar, /que es el morir /allí van los señoríos /derechos a se acabar /y consumir; /allí los ríos caudales, /allí los otros medianos /y más chicos, /y llegados, son iguales /los que viven por sus manos /y los ricos”.

  • Fuente: Infobae.com (Buenos Aires)
  • Autor: Gerardo Di Fazio
  • Fecha: 07/11/2020
  • Nota A24

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