LOS IRLANDESES EN ARGENTINA

No se conoce el número de irlandeses llegados al Río de la Plata con anterioridad a la declaración de su independencia política, producida en 1816. Podría calcularse, sin embargo, que las personas de esa nacionalidad que vinieron al Plata hasta 1810 podrían llegar a 500 si se incluye en este total a los prisioneros irlandeses que quedaron aquí después de las invasiones inglesas, no obstante y a pesar del canje de prisioneros dispuesto por los comandantes de ambos bandos en agosto de 1807. Aquellos irlandeses perdieron por lo general todo contacto con su patria de origen y muchos de ellos hasta castellanizaron su apellido, de manera que ahora es muy difícil individualizar en sus descendientes cuál fue el apellido original de su antepasado irlandés.

Producida en 1810 la revolución que seis años más tarde llevó a estas provincias a la declaración de su independencia de la Corona española y a la organización de un nuevo estado, sus autoridades pronto advirtieron que uno de los primeros y más importantes pasos a adoptarse era el aumento de la población -que por entonces no alcanzaba a medio millón de habitantes- promoviendo la venida a estas regiones de colonos europeos para que lo poblaran, ocupando el vasto territorio que entonces estaba en poder de los indios, tanto en el sur como en parte del norte del país. Esta invitación quedó finalmente inscripta en la Constitución de 1853, en la que se dispone que los extranjeros gozan de todos los derechos civiles reconocidos a los ciudadanos del país.

Se produce así la venida de los irlandeses a la Argentina y la organización de la colectividad de esa nacionalidad, que es la más antigua del país después de la escocesa.

En febrero de 1825, después de la firma del Tratado de Amistad, Navegación y Comercio entre la República Argentina y el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda se produjo el primer intento de colonización europea no española en el Río de la Plata. Fue una empresa que trajo un grupo de familias escocesas integrado por unas 200 personas, y las instalaron al sur de la ciudad de Buenos Aires.

El segundo intento colonizador es del año 1828 y fue promovido por el Gral. John Thomond O’Brien. Este, que se proponía traer a la Argentina 200 jóvenes irlandeses trabajadores y honestos para que formaran la base de una colonia agrícola, obtuvo de inmediato la aprobación del gobierno argentino, pero el proyecto fracasó por la indiferencia con que aquél fue recibido por el gobierno inglés.

Pero ya por entonces había comenzado de manera espontánea la venida de los primeros colonos irlandeses al Río de la Plata. Estos vinieron con sus familias o las formaron aquí con hijas de otros compatriotas. A diferencia de los irlandeses venidos anteriormente, éstos formaron una colonia al estrechar entre sí los vínculos de todo orden que los distinguían de los demás sectores integrantes de la sociedad argentina.

La formación de esta nueva colectividad fue el resultado no solo de la buena voluntad dispensada por nuestros gobiernos a los extranjeros sino también de las especiales circunstancias que por entonces atravesaba Irlanda, como consecuencia del Acta de Unión con la Gran Bretaña de 1801, y después por el fracaso de las cosechas de papa; y por supuesto, por las noticias favorables que llegaban a Irlanda sobre la situación de los irlandeses que vivían en el Plata y sobre su creciente prosperidad social y económica.

Ambos grupos de irlandeses -los del período hispánico y los del posterior a la revolución de 1810- cuentan con distinguidos miembros, que han dejado aquí imborrable memoria de su paso por la Argentina. Entre los del primer grupo no podemos dejar de mencionar los nombres del Padre Thomas Fields, natural de Limerick y uno de los precursores (principios del siglo XVII) de las célebres misiones jesuíticas del Dr. Thomas Falkner, que aunque nacido en Inglaterra, era hijo de un médico irlandés de su mismo nombre. Aquél llegó a Buenos Aires en 1730, comisionado por la Royal Society de Londres, para que estudiara las plantas medicinales americanas, y al sufrir aquí una grave enfermedad y ser atendido por los padres jesuitas porteños, dejó su profesión, se hizo sacerdote y fue durante muchos años misionero en la Patagonia. A su regreso a Inglaterra en 1767 a raíz de la expulsión de la orden de los dominios españoles, escribió el libro “Descripción de la Patagonia”, que causó sensación en Europa e inquietó a las autoridades españolas, moviéndolas a ocupar esas extensas y desoladas regiones, de lo que resultó la fundación en 1779 del fuerte de Carmen de Patagones, cerca de la desembocadura del Río Negro en el Océano Atlántico.

También integran este primer grupo de irlandeses el Dr. Michael O’Gorman, que vino al Rio de la Plata enviado por el gobierno español, y que en septiembre de 1779 fundó en Buenos Aires la Escuela del Protomedicato, antecedente de la actual Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires; Patrick Sarsfield, abuelo del Dr. Dalmacio Vélez Sársfield, jurisconsulto de nota, diputado, ministro y autor del Código Civil argentino; el Almirante William (Guillermo) Brown, héroe de las guerras de la Independencia y del Brasil, Gobernador Interino de Buenos Aires y fundador de la Armada Argentina; el Gral. John Thomond O’Brien, Ayudante del Gral. San Martín y comisionado por éste para traer a Buenos Aires el parte de la victoria que puso fin al dominio español en el Perú; Peter (Pedro) Campbell, ex-prisionero de las Invasiones Inglesas, lugarteniente de Artigas en el litoral argentino, y fundador de la Armada de la República Oriental del Uruguay; Domingo French, descendiente de irlandeses, cabildante de Buenos Aires en las jornadas de Mayo de 1810, guerrero en 1806-07 y en la Guerra de la Independencia; y tantos otros, que omito mencionar en homenaje a la brevedad.

El segundo grupo, que es el iniciador y fundador de la colectividad irlandesa en la Argentina, llegó al Rio de la Plata espontáneamente a partir de la tercera década del siglo XIX. Estos irlandeses no se quedaron en las ciudades, como lo hicieron por lo general sus compatriotas que emigraron a los Estados Unidos, al Canadá o a Australia, sino que en su mayoría se internaron en la campaña, muchas veces sobrepasando la frontera entre la civilización y los indios, internándose en lo que entonces se conocía como el “Desierto”, donde fundaron establecimientos que en más de una oportunidad fueron arrasados por los salvajes. Posteriormente, cuando comenzó el trazado de las líneas férreas, facilitaron en toda forma la fundación de pueblos alrededor de las estaciones, muchos de los cuales llevan ahora su nombre.

Conquistado por los españoles la mitad del actual territorio argentino, la necesidad, primero, de mantener la comunicación de las ciudades del interior con el puerto de Buenos Aires, y después la de agrandar la jurisdicción de esta ciudad llevó a la fundación, a partir del año 1744, de una línea de fortines con el objeto de defender al territorio civilizado de los ataques de los indios. Dicha línea partía de Magdalena, por el sur, y llegaba a San Nicolás por el norte, siguiendo una línea prácticamente paralela a los ríos de la Plata y Paraná; en 1779 la línea había avanzado y partía de la Bahía de Samborombón (así llamada en honor de un santo irlandés, San Brendan, que fue gran navegante) y llegaba hasta Pergamino por el norte. Pero entre 1826 y 1855 la frontera retrocede y deja bajo el dominio de los indios cerca de la mitad del actual territorio bonaerense, que no fue conquistado hasta la Expedición al Desierto, que en 1878/79 comandó el Gral. Julio A. Roca e incorporó toda esa inmensa región al patrimonio efectivo de la Nación, una vez que quedó demostrada la ineficacia de la famosa Zanja de Alsina.

Contemporáneamente con la construcción de nuevos fortines y el agrandamiento de la zona que aquellos protegían -no siempre satisfactoriamente- se produce el asentamiento de los inmigrantes irlandeses en Buenos Aires. Desprovistos en su gran mayoría de recursos económicos importantes, pero con un gran espíritu de trabajo y empresa, comenzaron por lo general trabajando como peones en los saladeros y en las estancias de Buenos Aires, y después de ahorrar un pequeño capital y comprar con éste ovejas criollas, se dedicaron a su cría, mejoramiento y explotación; esta actividad les resultó muy provechosa debido a la gran demanda de lana que había en Europa como consecuencia de la Revolución Industrial. Repartidas las ganancias y los gastos entre el dueño del campo y el criador de las ovejas, los irlandeses se hicieron en pocos años de dura labor, productores independientes y también, en no pocos casos, grandes estancieros.

Hacia 1870 la actividad lanera entró en crisis debido a la caída del precio de la lana a raíz de la finalización de la Guerra de Secesión en los Estados Unidos. Pero para entonces los irlandeses de la Argentina estaban ya bien arraigados social y económicamente y pudieron sobrellevar la situación diversificando su actividad, dedicándose a la cría y mejora del ganado vacuno y a la agricultura.

Es a estos irlandeses a los que con justicia se los puede llamar los colonizadores de gran parte de la provincia de Buenos Aires, pues no sólo se internaron en campos todavía en poder o a merced de las incursiones de los salvajes -en 1877 sus malones habían llegado hasta las cercanías de la ciudad de Azul, llevando a su regreso al desierto unas 150.000 cabezas de ganado- sino que fueron los fundadores de muchos núcleos de población que hoy son florecientes ciudades. Basta recorrer el mapa de la provincia de Buenos Aires para ver en aquel nombres irlandeses como son Dennehy, Doyle, Duggan, Gaynor, Hughes, Ham, Kenny, Mulcahy, Maguire, o de Santa Fe o Córdoba, donde tenemos a Murphy y Cavanagh. Otros pueblos que tienen nombres españoles deben su existencia a algún irlandés o hijo de irlandeses, como es el caso de San Eduardo, Santa Lucía, Venado Tuerto, Pigüé, Realicó, etc. Por último, tenemos otros en que su nombre recuerda la trayectoria cumplida en el país por alguien de raza irlandesa, como son Brown, Donovan, Lynch, Armstrong, Coghlan, Cullen, etc.

Venado Tuerto, la más importante de las fundaciones debidas al genio irlandés, debe su existencia a Don Eduardo Casey, hijo del estanciero Lawrence Casey, que en 1880 adquirió del Gobierno de Santa Fe una extensa región para fundar allí la colonia y ciudad de aquel nombre, al mismo tiempo que en Buenos Aires se ocupaba de la colonización y fundación de Pigué.

Pero los irlandeses y sus descendientes no han sido sólo pioneros de la actividad rural. Se los encuentra en todos los campos del progreso argentino, ya sea en la actividad cultural, como en la económica, la social o la religiosa. En el campo del periodismo tenemos “The Standard” y “The Southern Cross”, cuya existencia es debida al espíritu de empresa de los hermanos M.G. y E.T. Mulhall, para el primero, o de Mons. Patrick Dillon, para el segundo. Este fue fundado en 1875 y ya cuenta con más 100 años de vida. Su fundador, Mons. Patrick Dillon fue además Dean de la Catedral de Buenos Aires y diputado en la Legislatura de la provincia de ese nombre. En el campo de la técnica se destaca el nombre del Ing. John Coghlan, nacido en Irlanda en 1824, que fue contratado por el Gobierno de Buenos Aires para realizar diversas obras de ingeniería, entre ellas la provisión de aguas corrientes y de cloacas a la ciudad, después de haber mostrado su capacidad en obras realizadas en Alemania, Suecia, España e Irlanda. Dedicado posteriormente a la actividad ferroviaria, interviniendo aquí en la construcción de numerosas líneas, y en el Uruguay, fue destacado en 1887 para integrar empresas que actuaban en la Argentina, recibiendo con ese motivo un álbum que contenía la firma de las más destacadas personalidades del país, que así testimoniaron su admiración por la obra que había realizado entre nosotros.

Otros irlandeses han sido fundadores de instituciones dedicadas a la acción social. Basta mencionar en este grupo al Hospital Morgan, de San Antonio de Areco, a la Irish Catholic Ass., propietaria del magnífico colegio Santa Brígida, para niñas, a la Sociedad de Damas de San José, con colegios para varones, y al Saint Patrick’s Home, que es un hogar para ancianos. En el aspecto puramente social tenemos los Clubs de Hurling y el Old Boys Fahy.

Y no podemos dejar de recordar que los irlandeses fueron grandes propulsores de la actividad hípica, asociándose con ese objeto en numerosos clubes en los partidos de la provincia de Buenos Aires, en los que organizaban carreras que en su momento fueron muy comentadas. Esos clubes fueron, sin duda, precursores del Jockey Club de Buenos Aires, cuyo núcleo inicial estuvo constituido por cien socios de los cuales casi el veinte por ciento eran irlandeses o argentinos hijos o nietos de irlandeses.

Crédito: Irish Genealogy

  • Fuente: Coghlan Site (Argentina)
  • Autor: Eduardo A. Coghlan
  • Fecha: 26/09/2020
  • Nota A21

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