PENSAR LA INFANCIA / ÁRBOLES GENEALÓGICOS

Un árbol genealógico es un buen antídoto contra la soledad. Su magia reside en que nunca se terminan. Es posible sumar integrantes en cualquier momento, mediante al menos dos maneras: con nacimientos o con recuerdos.

Primero escriban su nombre, y al lado el de sus hermanos y hermanas. Después, en el renglón de arriba, pongan los nombres de sus padres; y en otro más arriba, los de los abuelos.

Cuando terminen, miren un ratito el árbol que se formó, y el que quiera decir algo levanta la mano. Por ahora, nada más”.

La consigna de la maestra es sencilla y, salvo algún distraído que no sabe qué iba primero, todos inician la tarea. No necesitan copiar ni pedir ayuda.

Pasan unos segundos y ya alguien pregunta sin levantar la mano: “¿Cómo hacemos los que tenemos más de un padre o madre?”. “¡Eso!”, dice otra, “¿dónde van los hijos del novio de mamá?”.

La maestra sonríe. Los resultados son inmediatos.

GENEALOGÍA

Se afirma que la genealogía comenzó con el diseño de linajes familiares, con escudos, blasones y ostentación de poder. En la actualidad, el significado es distinto.

Esta disciplina, sostén de la Historia, permite que cada integrante re-conozca a su familia, cualesquiera sean la estructura, sus desarmados, ampliaciones y rearmados.

Chicos y chicas descubren allí sus herencias, sus vínculos fundantes y, al sentir que pertenecen a algo más grande, se sienten cuidados.

El efecto es conmovedor, aun frente a un árbol genealógico sencillo. Basta un golpe de vista para descubrir, cada uno, su sitio; y en tiempos de individualismo, conocer el lugar propio y el ajeno genera empatía.

Enseguida surge la tentación de llenar los espacios en blanco. ¿Quién era ella? ¿Qué hacía él? ¿Por qué ellos no están? Y de inmediato se activan diálogos que develan “olvidos”, disputas y hasta secretos familiares. Todos, ladrillos de identidad.

Muchos creen saber cómo está compuesta su familia, pero, ante el mapa ampliado, la percepción cambia. En el árbol figuran nombres y apodos que vibran según lo que cada pariente significa para los niños. También están los apellidos, potentes palas que descubren la profundidad de las raíces.

Un árbol genealógico es buen antídoto contra la soledad.

Su magia reside en que nunca se terminan. Es posible sumar integrantes en cualquier momento, mediante al menos dos maneras: con nacimientos o con recuerdos.

Los recién nacidos aportan ramas nuevas que alegran a niños y niñas; su aparición les explica el sentido de todo.

Y con los recuerdos, muchos ancestros vuelven milagrosamente a la vida. Son bisa, tátara y chozna abuelos que fortalecen el piso en el que se apoya la existencia de cada uno.

Algunos chicos descubren en el árbol la repetición de su nombre, de su rostro o de sus gestos; entonces, la eternidad deja de ser una utopía.

Muchos no quedan conformes con el puro dibujo; quieren saber quiénes son (o eran) realmente esas personas que lo integran. ¿Por qué están ahí, cómo llegaron? ¿Cuáles son sus sueños, sus deseos, sus proyectos? ¿Qué les salió bien y qué les salió mal? ¿Por qué no agregamos a este, aunque no sea pariente?

Cada historia personal les impulsa a identificarse u oponerse, pero siempre agrega certezas.

Cada familia merece, además de grupos de chat, reuniones ruidosas, abrazos y sobreentendidos, develar roles. Para eso están las fotos, las anécdotas e incluso las incertidumbres acerca de lo más cercano, que a veces es lo menos conocido.

Así, cada generación podría conseguir la libertad de regar por sí misma un árbol al que, además de genealógico, algunos eligen llamarlo “de la vida”.

  • Fuente: La Voz del Interior (Córdoba)
  • Autor: Dr. Enrique Orschanski
  • Fecha: 01/08/2021
  • Nota C24

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