LA CÓRDOBA NATIVA

Dejamos de lado la genealogía -por un momento- para introducirnos sintéticamente en la historia de los primeros pobladores de nuestras tierras.

Escultura “Himno al Sol” conocida vulgarmente como “El Indio”. Su figura apunta a las Sierras Grandes y representa la alabanza de los Pueblos Originarios a los astros y en particular al sol. Ubicada en el Bv. San Juan casi esquina Vélez Sársfield, en pleno centro de la ciudad de Córdoba, fue inaugurada el 12 de octubre de 1939. La escultura de bronce fue realizada por el reconocido artista polaco Alejandro Perekrest (4/3/1879, Czestochowa, Polonia – 24/1/1954, Córdoba, Argentina) y fundida por dos técnicos en la materia de apellido Chavero y Úrsulo.

Miles de años atrás

En un excelente trabajo de varios autores que dio fruto al libro “Los Pueblos Indígenas de Córdoba” publicado en 2011, puede verse como empezó a poblarse esta parte del mundo (Ver Capítulo 3, página 37 en adelante). Nos tomamos el atrevimiento de reproducir algunos párrafos dada la claridad explicativa de su contenido:

El poblamiento del extremo sur de Sudamérica

La presencia humana más antigua registrada en el extremo sur de Sudamérica (actuales países de Argentina, Uruguay y Chile) se remonta a 12.500 a.C. en el sitio Monte Verde (Chile); sin embargo, la mayor parte del territorio se encontraba deshabitado debido a que las densidades de población eran muy bajas y los grupos ocuparon el espacio americano en forma no homogénea. En este sentido, Luis Borrero señala que los grupos de cazadores-recolectores que realizaron la colonización inicial del continente, poblaron el espacio estableciéndose inicialmente en los ambientes más productivos o con mejores disponibilidades de recursos (alimentos,materias primas, etc.) y atractivos para las poblaciones, según las posibilidades tecnológicas y preferencias culturales de cada grupo. Lentamente, durante un lapso que abarcó milenios, las poblaciones de cazadores-recolectores fueron ocupando todo el espacio sudamericano mediante simples mecanismos de fisión o división de los grupos, conforme al aumento demográfico.

Cuando el crecimiento de la población local alcanza niveles que superan la capacidad del ambiente para proveer los recursos necesarios para el sustento el grupo se divide, con el nuevo grupo ocupando un territorio cercano al del lugar de origen. Este simple mecanismo puede explicar la dispersión inicial de los cazadores-recolectores en todo el continente sudamericano durante la Transición Pleistoceno-Holoceno y los primeros milenios del Holoceno. Debido a que los sectores con mayor cantidad de sitios tempranos de Argentina (ubicados entre el 12.000 – 7.000 a.C.) se localizan principalmente en áreas cercanas a la costa atlántica, mientras que hacia el interior del continente declinan significativamente, algunos investigadores proponen un corredor cercano al litoral atlántico por el que se habrían desplazado los primeros grupos y desde donde comenzaron la exploración del interior continental siguiendo los principales cursos de agua.

El poblamiento de las Sierras de Córdoba (11.000 – 9.000 a.C.)

Las poblaciones humanas más antiguas en nuestro país se remontan a unos 12.000 años a.C. en algunos sitios de la región pampeana y patagonia. Entre esa fecha y el 7.000 a.C. se produjo la ocupación de casi todas las regiones naturales de Argentina por parte de grupos cazadores-recolectores, conocidos con esta denominación debido a que su modo de vida se destacaba por poseer una dieta basada principalmente en la caza de animales y en la recolección de alimentos vegetales. Estos grupos convivieron con la fauna pleistocénica o megafauna, y a veces la incorporaron a su dieta, y por eso se los conoce como Paleoindios. La agricultura como tal sería adoptada siglos después.

En el abrigo rocoso conocido como El Alto 3 (Ver imagen), ubicado en un ambiente de pastizales a 1650 metros s.n.m. en las Sierras Grandes de Córdoba, se detectaron sucesivas ocupaciones que abarcaron un extenso lapso desde la transición Pleistoceno-Holoceno hasta poco antes de la llegada de los conquistadores españoles. Las primeras ocupaciones de este sitio pudieron ser datadas por medio de dos fechados radiocarbónicos que las ubicaron en el 11.000 a.C.. Los artefactos recuperados, consistentes en instrumentos y desechos líticos, permitieron conocer que el alero había sido utilizado para establecer campamentos de corta duración, en el marco de la realización de excursiones de caza desde sus campamentos residenciales. El empleo de algunas rocas provenientes de más de 100 km desde el sitio, como es el caso del ópalo, sugiere que estos grupos poseían circuitos de movilidad o territorios muy extendidos.

Sitio “El Alto 3”, en la Pampa de Achala, donde se encontraron las evidencias más tempranas de presencia humana en la provincia de Córdoba. Imagen del Libro “Los Pueblos Indígenas de Córdoba”.

Estas escasas evidencias son las únicas disponibles en las Sierras de Córdoba, provenientes de un contexto estratificado y datado, que pueden adscribirse a momentos anteriores al 7.000 a.C. Por otro lado, existen algunos hallazgos aislados de puntas de proyectil conocidas como “cola de pescado” que fueron empleadas por un gran número de cazadores-recolectores de Sudamérica entre hace 11.000 y 9.000 años. Consisten en una punta hallada en superficie en la zona del embalse de Río Tercero, y otros dos ejemplares de estas características puntas de proyectil recuperadas superficialmente en el sitio Estancia La Suiza 2, localizado en la cercana Sierra de San Luis. Es importante remarcar que las evidencias de los primeros humanos en llegar a una región son arqueológicamente muy difíciles de detectar. Esto se debe a que se trata de pequeños grupos altamente móviles y dispersos que no “marchan” en una dirección determinada, sino que exploran nuevos territorios en base a sus necesidades, gustos y posibilidades tecnológicas. Con frecuencia las exploraciones resultan fallidas y regiones enteras son abandonadas por cientos de años o milenios hasta que un nuevo grupo con mejores posibilidades adaptativas logra establecerse definitivamente y colonizar una región determinada. Por esto no se puede precisar cuál es el lugar de origen de los primeros habitantes de las Sierras de Córdoba, sobre todo teniendo en cuenta la posición geográfica central de estas serranías, que posibilita el ingreso de poblaciones desde distintas direcciones.

La Córdoba Nativa

Por todo lo replicado anteriormente es que el conocido dicho “Los argentinos venimos de los barcos”, puntualmente haciendo referencia a los buques llegados desde Europa, es sólo una parte de la verdad. Cuando hablamos del origen de la población argentina, y de los cordobeses en particular, también debemos hacer referencia a los africanos que llegaron a nuestras tierras en la época de la esclavitud y más aún a las poblaciones locales que ya existían en el actual territorio cordobés en el período prehispánico.

En un logrado trabajo de la Facultad de Lenguas -de la Universidad Nacional de Córdoba- presentado en 2019 y denominado “Las Hablas de Córdoba” se estudiaron las formas del lenguaje en la provincia. 

Allí hacen hincapié en los pueblos originarios existentes en estas tierras antes de la llegada del español como podemos advertir en la siguiente imagen:

Éste mapa de los pueblos aborígenes en el siglo XVI nos da una idea de quiénes eran los habitantes del territorio cordobés en esa época. La denominación de éstas etnias pueden ser más un nombre impuesto por las crónicas españolas de esa época a que en realidad ellas se reconocieran como tales. Sin embargo las utilizaremos para tener una idea general.

Además de los Diaguitas en el noroeste, “Se destacan los Comechingones (en rigor las etnias de los hênîas y los kâmîare), que a la llegada de los españoles habitaban las sierras pampeanas de Córdoba y San Luis. Los Sanavirones (salavinas), localizados al Nordeste y, en el sur de la provincia, los Pámpidos (pampas, ranqueles). Una débil presencia Tupí-Guaraní apenas se hizo sentir en el nordeste limítrofe con la actual provincia de Santa Fe, particularmente después de la llegada de la orden jesuítica y su interacción con los pueblos originarios”. (Fuente: Esp. María Teresa Toniolo. Para más información los invitamos a buscar en la web Las hablas de Córdoba).

La tonada cordobesa

Sin dudas uno de los aportes más importantes de los pueblos originarios de Córdoba, en particular de los Comechingones (y que logró sobrevivir hasta nuestros días tras la llegada de los conquistadores españoles a la Argentina y se diera esa “fusión” cultural), fue la “tonada” o el “cantito” a la hora de hablar que nos caracteriza a los cordobeses.

Dicha tonada se encuentra muy marcada en las zonas montañosas, aunque es frecuente en la mayor parte de las provincias de Córdoba y de San Luis.

Un ejemplo bien claro puede verse en Wikipedia al hablar de los Comechingones, como se muestra a continuación.

Tal tonada o “cantito” o curva tonal se puede ejemplificar fonológicamente del siguiente modo:

Si un hablante de Madrid (España) pronuncia la palabra “tráemelo” de modo que se desglosa en 3 sílabas: [tráemelo], un hablante con curva tonal cordobesa (de la Córdoba argentina) pronuncia la misma palabra en cuatro sílabas del siguiente modo: [tra-e-me:] (los dos puntos tras la segunda “e” significan el alargamiento de dicha vocal previa a la sílaba acentuada).

Los descendientes de los pueblos originarios en la provincia

Según el Censo Nacional del año 2010, existen en Argentina casi un millón de personas que se autorreconocen como población indígena. Ya sea como descendientes (porque tienen algún antepasado), o por ser pertenecientes a algún pueblo indígena u originario (y se declaran como tales). Esto representaba un 2,4% de la población total del país (39.671.131 habitantes en ese momento). Seguramente en la realidad este número es mayor por la cantidad de argentinos que desconocen su ascendencia nativa e inclusive, aún conociéndola, la ocultan. Éste fenómeno era muy común aunque en los últimos años parece haber quedado atrás tras un resurgimiento del orgullo de pertenecer a los pueblos originarios.

En el Primer Informe Provincial de Pueblos Originarios llevado a cabo a fines del año 2012 y basado en el Censo Nacional del Bicentenario de 2010 se contaron 21 mil hogares cordobeses con antepasados nativos. Sobre un total de 3.308.876 habitantes para toda la provincia de Córdoba, 51.142 (25.411 mujeres y 25.731 hombres) se declararon pertenecientes o descendientes de pueblos originarios lo que representa casi el 1,6% de la población provincial, estando por debajo de la media nacional mencionada en el párrafo anterior.

Esos 51.142 habitantes censados son pertenecientes a las siguientes etnias:

  • Comechingón (17.313 personas)
  • Mapuche (4.973)
  • Diaguita-Calchaquí (4.418)
  • Toba (4.117)
  • Quechua (3.137)
  • Guaraní (2.967)
  • Rankulche (2.888)
  • Sanavirón (1.971)
  • Kolla (1.638)
  • Otros (7.720)

El 91% de ellos vivía en áreas urbanas en 2010 y sólo el 9% lo hacía en zonas rurales. La información suministrada para la Región Pampeana por el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) también aclara que “El 95,8% de los indígenas de la provincia de Córdoba nació en la Argentina y el 4,2% nació en otro país. De los nacidos en la Argentina, el 19,4% es oriundo de otra provincia”. Ésto influye claramente en las cantidades de las distintas etnias, varias de ellas no originarias del antiguo territorio que hoy conocemos como Córdoba.


Fuerte presencia aborigen en nuestro ADN y 4500 años de antigüedad

Según un estudio del Instituto de Antropología de Córdoba (Idacor) el 76% de los cordobeses tiene antepasados nativoamericanos por línea materna e inclusive un 15% pertenece a un linaje local y propio de América.

La evidencia fue hallada por científicos del Idacor, dependiente de la Universidad Nacional de Córdoba y el Conicet a fines de 2017 luego de analizar más de 1000 muestras genéticas actuales y antigüas recogidas en 20 localidades de la provincia de Córdoba, San Luis y Santiago del Estero durante los últimos 10 años. Ver nota completa.

La investigación dio como resultado que el 76% de los habitantes actuales de la provincia de Córdoba tiene linaje materno indoamericano, un 16% europeo y un 8% africano. Esto significa que nuestro ADN es la prueba fehaciente de que la mayoría de los cordobeses, por línea materna,  tiene antepasados directos nativoamericanos pertenecientes a los pueblos que habitaban este territorio antes de la llegada de los europeos en el siglo XVI.

Ésto se dio básicamente porque la mayoría de los españoles que llegaban a América eran hombres y tenían hijos con mujeres nativas.

“El análisis del ADN mitocondrial, que se transmite únicamente de madre a hija, demuestra nuestro vínculo directo con los pueblos originarios” destacó Darío Demarchi, investigador del Conicet y director del equipo que llevaba adelante el proyecto. El especialista precisó que, por línea paterna, la ascendencia es, en cambio, mayormente europea”.

El resurgimiento de los pueblos originarios

Muchas veces ignorados y ninguneados por la historia oficial, los Pueblos Originarios fueron tratados solo como un pasado remoto y extinto.

De la mano de una enseñanza parcializada y con una intención de total predominio de la “raza blanca”, una gran porción de la sociedad argentina fue incorporando la idea de que la mayoría de los nativos habían perecido en la época de la conquista española.

Si bien es cierto que las guerras en defensa de sus tierras, los trabajos forzados, su desarticulación de grupos sociales y las epidemias de nuevas enfermedades traídas por los europeos, entre otras cosas, diezmaron a las poblaciones locales muchas se fueron “mezclando” con africanos y europeos. En la época de la fundación de Córdoba (Año 1573) se estimaba en 30.000 las personas de origen nativo que residían en la provincia. Algunas otras versiones elevan ese número a 40.000. Lo cierto es que pocos años después el número total de aborígenes había caído a apenas 8.000.

Los estudios de ADN se transforman hoy en una herramienta fundamental para demostrar que muchos cordobeses tenemos ascendencia de éstos pueblos ancestrales. 

En los últimos años en América Latina se ha dado un proceso histórico de movilización cultural y hasta política que ha visualizado un protagonismo de los pueblos originarios antes desconocido. Ellos se puede ver también en Argentina y particularmente en la provincia de Córdoba. De a poco mucha gente se ha ido interesando en esta temática y se puede encontrar importante bibliografía al respecto.

Un ejemplo de ello es la Colección del Ministerio de Educación de la Nación “Pueblos Indígenas en la Argentina” publicado en el año 2016. El Tomo 14, hace referencia a los Pueblos Nativos de Córdoba y Santiago del Estero.

Extracto del Prólogo: “En total son 18 fascículos que narran historias, culturas, lenguas y educación, material de la Modalidad de Educación Intercultural Bilingüe dirigido a quienes quieran aproximarse a la inmensa diversidad étnica y lingüística de la sociedad argentina, para conocerla, reconocerla y valorarla. Si bien las cuestiones vinculadas a los pueblos indígenas tienen mayor atención de los Estados, las organizaciones y la sociedad civil, aún hay un profundo desconocimiento sobre sus realidades, las cuales con frecuencia son vistas en forma estigmatizada, como homogéneas, asimilables a la cultura envolvente u objeto de “integración”, negando sus propias diferencias y reproduciendo condiciones de desigualdad”.

En la provincia de Córdoba no existen comunidades aborígenes viviendo separadas del resto de la sociedad. Pero si se han venido organizando hasta nuestros días.

Muchas de ellas son nombradas en la colección de “Pueblos Indígenas en la Argentina”:

  • Comunidad Aborigen del Pueblo de La Toma (Córdoba Capital)
  • Quisquisacate Curaca Lino Acevedo
  • Hijos del Sol Comechingón
  • Ticas
  • Ochonga
  • Arabela
  • Nueve Lunas
  • Huayra Pacha
  • Comunidad Indígena Territorial Comechingón – Sanavirón
  • Tulián (San Marcos Sierra)
  • Tacu Kuntur
  • Macat Henen (La Higuera, Cruz del Eje)
  • Mel Meli Melian
  • Toco Toco
  • Ctalamuchita
  • Kata Kuna
  • Licsin
  • Yam Harú
  • Huayra Huasi

De más está decir que mucho de lo que sabemos sobre los pueblos nativos va cambiando y se va enriqueciendo con los años tras nuevos descubrimientos como el de mediados de 2018 en el Cerro Colorado que tras excavaciones para una red de gasoductos troncales halló algo que nunca antes se había dado en la investigación arqueológica en Córdoba: Se encontraron una gran cantidad de restos óseos en un mismo sector, o sea, una especie de cementerio o lugar funerario de pueblos originarios, que aún se investiga para dar respuesta a muchos interrogantes.


Apellidos nativos

A falta de apellidos con origen de pueblos nativos de Córdoba que nos guíen para descubrir rápidamente una rama local de nuestra genealogía, la tradición oral familiar y el ADN nos ayudan a descubrir parte de nuestro pasado.

A diferencia de otras etnias del país que mantuvieron sus nombres y utilizan actualmente apellidos indígenas, en la zona de Córdoba se reemplazaron mayormente por los españoles en la época de la conquista. Vale aclarar que el uso de uno o más nombres y uno o más apellidos, como los conocemos en la actualidad, no eran utilizados igualmente por los pueblos originarios. Los jefes o “patrones” de la época colonial acostumbraban a bautizar con sus propios apellidos europeos a nativos y esclavos africanos bajo su órbita.

Algunos apellidos de origen Diaguita que se encuentran presentes en Chile y Argentina en la actualidad son por ejemplo: Albayay, Campillay, Chavilca, Estay, Huanchicay, Liquitay, Sulantay o Zulantay, Talinay, Tamango y Tamblay.

En la página web A decir verdad (Espacio de reflexión histórica y política) se supo publicar el 19 de diciembre de 2013 un trabajo de investigación denominado “Antroponimia Hispanoamericana”. El mismo fue realizado por el médico, historiador, genealogista, escritor y político cordobés, Prudencio Bustos Argañarás. El trabajo es realmente excelente y bien detallado y un buen punto de partida para cualquiera que se inicia en genealogía y en la investigación del origen de los apellidos. A continuación reproducimos textualmente sólo el punto 7, denominado “Apellidos en indios” y que resulta esclarecedor en muchos aspectos:

A la llegada de los españoles los aborígenes americanos no usaban apellidos, tales como hoy los conocemos. Sin embargo, en las culturas mas desarrolladas como la azteca y la incaica, el nombre de los miembros de la familia real solía ir seguido de un apelativo, que en ocasiones parece haber tenido carácter familiar, por lo que podríamos incluirlos entre los que he denominado protoapellidos. Tales los casos de Moctezuma entre los primeros, y Capac,Tupac, Cusi y Yupanqui, entre los últimos.

Al bautizarse y adoptar un nombre de pila cristiano, el o los nombres originales pasaban a segundo término, a guisa de apellidos, como ocurrió por ejemplo con el príncipe don Pedro Johualicahualzin Moctezuma en México. En nuestro país (Argentina) los ejemplos son numerosos, bastando mencionar el de don Diego Viltipoco, cacique de los omaguacas a fines del siglo XVI; el de don Baltasar Fanchafue y don Francisco Callajui, caciques de Singuil en 1617; los de los que declararon como testigos en el padrón de la encomienda cordobesa de Guamacha ese mismo año, llamados Rodrigo Tuctucnahuan, Domingo Payba, Agustín Tunguinima, Gaspar Asanaba, Francisco Cantactama, Bartolo Quecama, Cristóbal Guntali y Francisco Labancho; los de don Francisco Calcanchica y Perico (Pedro) Chacalla, cacique e indio de Cosquín, respectivamente, en 1649 y cientos más.

Sin embargo, estos apelativos parecen haber tenido un carácter meramente personal, pues no solían trasmitirse de padres a hijos. Tal es lo que ocurría con los capayanes de Anguinán, La Rioja, por los años 1667 y 1668, entre quienes monseñor Pablo Cabrera da cuenta de la existencia del cacique don Martín Salaya, su mujer Juana Ayachi, y sus hijos, Domingo Alive, Pedro Moli y Domingo Llancamay, además de las “chinas” Magdalena Chamaico, María Yquichan y Constanza Samallca.

Costumbres semejantes parecen haber tenido los pampas a comienzos del siglo XVIII. Ello a estar con los datos que proporciona el mismo autor, quien menciona a los hermanos Marcos, Ignacio y Frasquito, hijos del cacique Ereguereyán –conocido como el Ñato de la Cara Cortada–, cuyos nombres en lengua aborigen eran Gutiatiá, Sacabeque y Milandegul. La situación exhibe algunas excepciones hacia mediados de esa centuria, tanto entre los guaraníes, como lo prueba la identidad del apellido de los hermanos José y Felipe Yahati, cuanto en los pueblos de La Rioja empadronados en 1779 por don Juan José de Villafañe y Dávila, en donde aparecen numerosos apellidos que han adquirido carácter familiar.
Catalina Teresa Michieli menciona una lista de capayanes y yacampis rebelados en 1633 en jurisdicción de San Juan de la Frontera, cuando el gran alzamiento calchaquí, en los que además de su nombre cristiano (en el caso de los bautizados) y del apelativo originario, se consigna un nombre de familia, que podría considerarse como un primitivo apellido al uso español. Aparecen así varios integrantes de las familias Aguaxican, Aguayucan, Sapugil, Quilmitanux, Cahian, Utunucasta, Ysillacac y otras.
La misma autora alude a la mención de oficios a guisa de apellido, tales como Carpintero, Vaquero, Baquiano, Pescador, Zapatero, Curtidor y Dorador, lo que los asemejaría a los apellidos personales de profesión, a los que aludí más arriba. Sin embargo, me inclino a pensar que en este caso se trata simplemente de una manera de consignar sus ocupaciones.

A medida que se fueron incorporando a la civilización, la mayor parte de los aborígenes de la región central de Argentina abandonaron sus nombres originales y adoptaron en su reemplazo apellidos españoles. El proceso de transición es posible de verificar en un juicio sucesorio cordobés de 1732, en el que el causante es nombrado indistintamente como Agustín Macacotabi o Agustín de Peralta, mientras que a sus hijos se los llama solo con éste último apellido.

En 1778/79, al realizarse en Córdoba el censo general de población ordenado por Carlos IV, los apelativos aborígenes habían desaparecido casi por completo entre los que fueron censados, lo que excluye por cierto a los llamados “alzados”. Las escasas excepciones estaban dadas por apellidos tales como Chanquía y Plipe Canum en Pichanas, y Cabiltuna, Chilote, Ucucha, Calilián, Yanguerca, Chiquillán y Tulián en la reducción de indios pampas San Francisco de Asís, de la frontera del Río Cuarto. En 1767 encontramos el caso de don Miguel Miebiec, cacique de la reducción de los vilellas, y en 1785 el de José Tumillo, en Cosquín.

En 1785, entre los indios calchaquíes del Pueblito de la Toma (hoy barrio de Alberdi), administradores durante muchos años de la toma de la principal acequia que surtía de agua a la ciudad de Córdoba, solo el cacique, don Antonio Deiqui, y sus familiares llevaban dicho apellido originario. Todos los demás usaban apellido español, incluso los cabildantes: el alcalde Santos Villafañe y los regidores José Antonio Mercadillo, Miguel Salas y Juan José Crespo.
Distinta parece haber sido la situación en el noroeste argentino, en donde por esos años se descubren muchos apelativos indígenas devenidos ya verdaderos apellidos, tales como Sigampa, Campillay, Chanampa, Millicay, Aballay, Moreta, Alive, Tarcaya, Chancalay, Chaile, Samaya, Chumbita, etc., muchos de los cuales subsisten en la actualidad. Algunos de ellos aparecen también en San Juan de la Frontera, lo que se explica por la proximidad de esta Provincia con la de La Rioja. Michieli, en su trabajo ya citado, atribuye raíz cacana a los terminados en ay, pertenecientes por lo general a indios de nación Yacampi.

En el Tucumán aparecen a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII varios individuos apellidados Inca o Inga, lo que sumado a su condición de importantes estancieros y al tratamiento de don que recibían, revela una situación social elevada y permite sospechar una muy probable vinculación con la casa real del Incario. Sobre la margen meridional del río de Guaycombo, en jurisdicción de San Miguel de Tucumán, tenía su estancia don Alonso Quispe Inga, y en el curato catamarqueño de la Concepción del Alto o Maquijata hubo una importante familia de terratenientes, cuyos miembros utilizaron los apellidos Inga, Guamán y Tito, algunas veces solos y otras combinados entre sí en forma variada, como don Pedro Inga Guamantito y don Diego Guamantito Inca, grandes hacendados de la sierra de Guayamba.
Esto responde probablemente a la cercanía de dichas provincias con las actuales repúblicas de Bolivia, Perú y Ecuador, en donde la supervivencia de apellidos indios, tanto de origen inca como aymara, es frecuente.

Algunos de los que los usaron allí fueron célebres personajes históricos, tal el caso de don José Gabriel Condorcanqui, cacique de Tinta, más conocido por su seudónimo, Tupac Amaru, tomado de su tatarabuelo Tupac Amaru I, el último soberano inca, o el dibujante Felipe Guamán Poma de Ayala, que combinaba sus apellidos aborígenes con uno español. En dichos países andinos abundan hoy apellidos tales como Choque, Quispe, Vilca, Sungo, Parinacocha, Huanca, Cari, Condori, Apasa, Colque, Ayaviri, Cusicanqui, Mamani, Choquehuanca, Tintaya, Huallparrimachi y muchos más.

También en la región mesopotámica se mantenían al promediar el siglo XVIII apellidos aborígenes. Vicente D. Sierra menciona a cuatro en el paraje de Santa Tecla, de las misiones del alto Paraná en 1753, al comenzar la guerra guaranítica. Son ellos el alcalde Miguel Taimicay, el alférez real José Tiaratú, Ignacio Yepuy y Felipe Subay. Más adelante agrega al cacique Nicolás Ñembuirú. Dichos apelativos se mantuvieron al menos hasta comienzos del siglo XIX, como lo prueba el caso bien conocido de Andrés Guazurary, conocido también como Andresito Artigas, colaborador e hijo adoptivo del general José Gervasio Artigas, que llegó a ser gobernador de la actual Provincia de Misiones entre 1811 y 1822.
Los araucanos o mapuches utilizaban apodos originados en elementos emblemático-totémicos, habitualmente de naturaleza animal, vegetal o mineral, trasmisibles de padres a hijos y que determinadas estirpes llevaban unidos al nombre de pila, como partícula enclítica. Así, es posible identificar a los Wor o Guor (zorro), los Curá (piedra), y los Pilún (oreja). Ulises D´Andrea sospecha con fundamentos que esta costumbre se daba también entre los comechingones y sanavirones, pero el escaso conocimiento de sus lenguas dificulta la verificación.
A pesar de que la evangelización de los mapuches fue bastante tardía en la Argentina, a donde llegaron en 1834 procedentes de Chile, se reeditó aquí entre ellos la costumbre de anteponer el nombre cristiano al indígena, tal el caso del cacique don Manuel Namuncurá (Garrón de Piedra), hijo de Juan Calfucurá (Piedra Azul) y padre de Ceferino Namuncurá, un virtuoso salesiano declarado beato el 11 de noviembre de 2007 por el delegado de Benedicto XVI, cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano. Su fiesta es el 26 de agosto. En este último caso, Namuncurá operaba ya como apellido a la usanza española, al trasmitirse de padre a hijo sin modificación.

Para ver el texto completo y todas las referencias bibliográficas de este trabajo ingrese al siguiente enlace: Antroponimia Hispanoamericana

Pueblo “La Toma” ó “El Pueblito” en Córdoba Capital

En el blog “Comechingones del Pueblo de La Toma” se hace un repaso histórico de la comunidad y se informa todo lo relativo a esta comunidad aborigen.

El pueblito de “La Toma” estaba ubicado la zona oeste de la ciudad de Córdoba, más o menos desde la Central de Policía (intersección de Av. Colón y Av. Santa Fe) hasta el “Tropezón” y desde el río hacia la Fuerza Aérea (Ruta 20). El nombre del pueblo se debe a que la intendencia de Córdoba en su momento utilizó a un grupo de esta comunidad, como mano de obra barata para hacer una toma de agua que llevara este recurso a las quintas. En 1910, tras el centenario por el nacimiento de Juan Bautista Alberdi, se comenzó a denominar la zona como “Pueblo Alberdi” y posteriormente “Barrio Alberdi”. Algo irónico para los vecinos con origen nativo, teniendo en cuenta que el “Padre de la Constitución Argentina” no era justamente un defensor de los pueblos originarios.

Cuentan además en el blog, que “El Pueblito” estaba organizado con sus tradiciones y jerarquías, y sus jefes (“Caciques” o “Curacas”) existieron hasta comienzos del siglo XX. Se dice que en la zona existía una fuerte relación entre los aborígenes y los esclavos africanos de la ciudad y se daban casamientos entre ellos. Posteriormente con la inmigración italiana que se asentó en buena medida en este sector comenzó a diluirse la comunidad étnica.

La sucesión genealógica Comechingona de La Toma

El Centro de investigaciones del Instituto de Culturas Aborígenes (ICA) da a conocer una importante y muchas veces desconocida lista de nombres y algunas referencias de los “Curacas” que presidieron el Pueblito desde la época de la llegada de los españoles.

Dinastías del Pueblito

Suquía: Este nombre fue utilizado por varios caciques, y por eso el río principal de la ciudad de Córdoba es llamado así.

Chilisna: Fue testigo de la llegada de los españoles y de la posterior fundación de Córdoba el 6 de julio de 1573.

Cantacara: Cacique de la comunidad que se encontraba asentada al oeste del actual casco céntrico de Córdoba.

Chayal: Dirigía a la comunidad que estaba asentada en lo que hoy es Quintas de Santa Ana. En el año 1581 se trasladan a “La Lagunilla”, pero luego bajan hasta la ribera del Suquía (hoy Alberdi, Alto Alberdi y alrededores).

Suquiana: Es llevado junto a su gente hacia el camino de “La Calera” para trabajar en las minas.

Socoman Naguan: uno de los últimos de la dinastía de los Suquía. Fue encomendado hacia la zona del actual Lago San Roque (Villa Carloz Paz).

Dinastía de los Constansa (1616-1730)

Alganavira: Cacique sucesor de los anteriores Suquía, obligado a trabajar con su gente en el tejar (actual Alberdi), llamado así por ser zona de construcción de tejas.

Togote: Cacique que trabaja con su gente construyendo tejas y ladrillos para los edificios de la ciudad.

Cauli Constansa: A principios del siglo XVII comienzan a registrarse a los aborígenes con nombre, apellidos o apodos hispánicos. Por eso “Cauli” pasa a ser “Constansa”.

Huluma Constansa: Es uno de los responsables para continuar con el zanjeo de la toma de agua del Suquía para regar las quintas de la población cordobesa.

Pedro Villafañe: El encomendero Isidoro de Villafañe (1622) sofoca la sublevación de las comunidades, los suma a su encomienda y en 1634 los registra bajo la denominación “Villafañe”.

Miguel Constansa I: En 1658 se produce una rebelión de comechingones, pampas y africanos en las acequias de La Toma. Los originarios van perdiendo sus nombres ancestrales y los comienzan a bautizar con nombres españoles. Los Caciques o Naguan, son llamados ahora “Curacas”.

Miguel Constansa II: Los Curacas pasan a ser identificados como parte de una familia que tienen el mismo apellido.

Gregorio Canelo I: Unidos a la familia Constansa, surgirán los “Canelos”. También estarán asociados con la familia “Acevedo”.

Gregorio Canelo II: Comparte curacazgo con los Constansa, Villafañe y Pedro Deiqui.

Dinastía de los Deiqui (1730-1804)

Pedro Deiqui (1730-1754): Proviene de Curacas Diaguitas y es traído al pueblo de La Toma. Contrae matrimonio con la hija de Miguel Constansa II, otorgándole más autoridad dentro de la comunidad.

José Antonio Deiqui “El Grande” (1754-1799): Uno de los grandes Curacas que gobernó La Toma. Instruido por los Jesuítas en letras y jurisprudencia. Trabajó por la unificación y autonomía del Pueblito. Reunió a todos los originarios de procedencia comechingona, sanavirona, pampa, calchaquí, del oeste de Córdoba para centralizarlos en un solo cacicazgo. Organizó a la comunidad como una villa moderna, con plaza y mercado.

Domingo Deiqui (1800): Intentó seguir los pasos de su predecesor, su padre José Antonio Deiqui. Su tío, Juan de Dios Deiqui, que ambicionaba ser curaca, lo denunció por ser hijo de una esclava, Dolores Canelo. El Cabildo lo destituyó por “Mancha de sangre”.

Juan de Dios Deiqui (1800-1804): Asumió el curacazgo luego de destituir a su sobrino. La comunidad descontenta con este hecho lo denunció por ser también hijo de una esclava. Comprobada la denuncia fue destituido por el gobierno.

Dinastía de los Villafañe (1805-1875)

Juan de Dios Villafañe (1805-1824): Fue el curaca durante la Revolución de Mayo de 1810 y la declaración de la independencia de 1816. Enfrentó a gobernadores y funcionarios de Córdoba que planificaron en 1815 una política de exterminio de la comunidad. Logró que el gobernador Juan Bautista Bustos mensurara nuevamente el territorio para evitar el robo de sus tierras.

José Lucas Villafañe (1825-1831): Hijo mayor de Juan de Dios Villafañe. Durante su cacicazgo se produjeron, en la zona del Pueblito, enfrentamientos entre unitarios y federales.

Manuel Gervasio Villafañe (1831-1851): Coincidió con la gobernación del autoritario “Quebracho” López. La comunidad fue perturbada por la instalación del cementerio San Jerónimo. Se cree que murió en la Guerra del Paraguay.

Francisco del Rosario Villafañe (1852-1865): Fue apresado por el gobernador Manuel López por ser acusado de ser enemigo del régimen, pero el mismo gobierno lo liberó por ser inocente. Fue designado Curaca luego de la caída de López.

Félix Cortés (1865-1875): Dispuso de la donación de tierras para el cementerio, lo que provocó la reacción de parte de la comunidad. Debió renunciar en 1875 por una nueva división a causa de tierras comunitarias.

Últimos Curacas (1875-1930)

Lino Acevedo (1875-1901): Será el último Curaca reconocido por el Estado. Tiempo difícil ya que convive con el auge del negocio inmobiliario. Ayuda y obra en nombre de la comunidad frente a los despojos.

Belisario Félix Villafañe (1901-1930): Acompañó a muchas familias de la comunidad a los juzgados para reclamar sus tierras. Mantuvo presente a la comunidad ante el surgimiento del barrio Alberdi.

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