SAN FRANCISCO / “PANCHO DEFAZIO”: LA NOBLEZA DE ACOMPAÑAR EN EL ÚLTIMO ADIÓS

San Francisco (Córdoba). “Pancho” es sepulturero en el cementerio de nuestra ciudad hace casi 35 años. Una labor silenciosa y sensible que lleva adelante con dedicación y respeto. Fue reconocido por los Arquitectos Sociales al ser nominado a los premios Juan Pablo II.

Desde hace casi cuatro décadas, Francisco Domingo Defazio, más conocido como “Pancho”, realiza una de las tareas más duras y a menudo invisibles en la sociedad: el oficio de sepulturero en el cementerio municipal de San Francisco. Con 61 años, y una trayectoria de 37 en el municipio, Pancho ha dedicado gran parte de su vida a acompañar a las familias en momentos de dolor y despedida. Recientemente, su labor fue reconocida por los Arquitectos Sociales, quienes lo nominaron a los premios Juan Pablo II por la nobleza y respeto con los que ejerce su trabajo. En esta entrevista, Pancho nos abre una ventana a su mundo, uno donde la muerte y la vida se entrelazan en la más absoluta discreción y profesionalismo.

Pancho no comenzó su carrera en el cementerio. Pasó primero por el corralón y luego por la terminal de colectivos antes de ser convocado, casi por casualidad, al campo santo. Fue cuando un compañero, Héctor Garofalo, enfermó, que el inspector Riva le preguntó si estaba dispuesto a mudarse al cementerio. “Le dije que yo iba donde me mandaran, y cuando me preguntó si me animaba a ser sepulturero, acepté sin dudar”, cuenta Pancho. “Y desde entonces no me moví más”. Desde hace casi 35 años, su lugar está allí, entre las lápidas y los recuerdos.

La rutina del silencio y el respeto

Pancho define su trabajo como una tarea “delicada” que lo expone constantemente a la tristeza de los demás. “No es un laburo agradable porque uno está con la gente que viene sufriendo la muerte de un familiar”, admite. “Es más doloroso cuando son chicos o personas jóvenes, porque pensás que podría ser algo tuyo”. Su labor consiste en preparar los sepelios, sellar los nichos y, en ocasiones, colaborar en la exhumación de restos. A pesar de la dureza, asegura que siente vocación por lo que hace: “Siempre me gustó este trabajo; por eso estoy acá.”

El trabajo en el cementerio no es solo enterrar y sellar nichos. Hay momentos difíciles, como cuando tiene que hacer reducciones –es decir, reducir restos para liberar espacio en los nichos– o exhumaciones en casos judiciales. “Es desagradable. Hay que tener cuidado porque uno puede contagiarse de algo”, explica. “Cuando abrís un cajón de alguien que murió hace meses, el olor es tremendo, y a veces te encontrás con enjambres de moscas adentro. Es una experiencia que no cualquiera está dispuesto a enfrentar.”

Anécdotas y momentos curiosos

A lo largo de tantos años, Pancho acumuló historias que mezclan tristeza y humor en partes iguales. Recuerda una vez que una corona de flores fue entregada por error a una persona que ni siquiera estaba en el cortejo. “El muchacho estaba ahí mirando, y le dieron la corona a él. Me dijo, ‘Yo no tengo nada que ver’, y la llevó de vuelta riéndose. Son cosas que pasan y que a veces causan risa porque son cosas de la gente que está ahí, de curiosos nomás”.

Trabajar en un cementerio implica también una paz singular y mucho tiempo para pensar. Aunque a menudo escucha comentarios de que “los del cementerio no hacen nada,” Pancho responde que pocos realmente entienden lo que significa hacer su trabajo. “Es un trabajo que te hace pensar. Cuando estás en un sepelio, a veces te imaginás a tus propios hijos llorando ahí. Uno trata de no pensar, de mirar para otro lado, pero a veces no podés evitarlo”, confiesa. En su vida personal, Pancho también tuvo que lidiar con la pérdida. “Yo perdí un hijo, y si no fuera por mis dos nietitos, no sé qué hubiera pasado conmigo”, revela con voz entrecortada.

Un oficio en transformación

Con el tiempo, Pancho ha visto cómo cambian las costumbres en torno a la muerte. Hoy, la cremación se ha vuelto cada vez más común. “La mayoría se está haciendo cremar porque saben que ya no va a venir nadie a visitarlos”, dice. Antes, según Pancho, el cementerio estaba lleno de visitantes, especialmente en ciertas épocas del año. “Ahora no viene casi nadie. Los tiempos cambiaron, y la gente grande prefiere que los cremen, para que los tengan en la casa o para no dejarles deudas a los familiares.”

Cuando le preguntan qué es lo mejor de su oficio, Pancho no tiene una respuesta fácil. No es un trabajo que invite a describir cosas lindas, admite, pero insiste en que hay que tener vocación para permanecer tanto tiempo. “El trabajo se mantiene siempre y cuando a uno le guste, y a mí me gusta; por eso estoy acá. Si no, no sé si hubiera aguantado tantos años.” Esa pasión y respeto por lo que hace es lo que lo llevó a ser nominado a los premios Juan Pablo II, algo que lo llena de orgullo. “Es un reconocimiento a un trabajo que muchos no ven, pero que es importante. Acá se necesita respeto, ante todo.”

La muerte como parte de la vida

Pancho tiene claro que la muerte es algo inevitable y que quizás debería naturalizarse más. “La muerte es parte de la vida”, dice con serenidad. En su rol, él ayuda a que el último adiós de los seres queridos sea lo más respetuoso posible. Sabe que le queda poco tiempo para jubilarse y que en unos años su vida tomará un rumbo distinto, lejos de las tumbas y los nichos. Pero mientras tanto, sigue al pie del cañón, fiel a un trabajo que, aunque esté lleno de sombras, él lleva con una luz y una dedicación que muy pocos pueden comprender.

  • Fuente: La Voz de San Justo (San Francisco, Córdoba)
  • Fecha: 18/11/2024
  • Nota C47

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