HISTORIAS DE INMIGRANTES / ANA, CON CÉDULA POLACA Y COSTUMBRES UCRANIANAS

Trokimichouk nació en un pueblo de Ucrania, en tiempos de otras fronteras. Vive en la Argentina hace 80 años. Se casó con un ruso, desertor de la Segunda Guerra Mundial. Después de vivir en varios sitios se radicó en Córdoba, “Su lugar en el mundo”.

La vida de Ana Trokimichouk en Ucrania puede mirarse en perspectiva. Es una de esas historias apasionantes que persisten nítidas en los recuerdos y borrosas en los papeles.

Nació en 1929, en el pequeño pueblo de Voronckino, en Ucrania, cerca del límite con Polonia, en tiempos en que las fronteras eran distintas a las de hoy. Ana se presenta como polaca y su cédula lo confirma.

Aunque, en realidad, su apellido, sus costumbres, su idioma y sus comidas son ucranianas.

También tiene algo de rusa ya que, muchos años después y muy lejos de su hogar, se casaría en la Argentina con un soldado soviético, desertor de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, Ana tiene 86 años, un nombre con una “n” menos (el original era Anna), vive con una de sus hijas y un nieto en pleno centro de Córdoba, al lado del geriátrico que levantó con su marido y que hoy está al mando de una hija.

Una mejor vida

Seis años tenía Ana cuando sus padres decidieron abandonar Ucrania, en 1936, en la búsqueda de una mejor vida. A pesar de que era muy pequeña Ana dice que “algo” recuerda de aquellos tiempos. “Para mí era lindo porque era, ¡qué se yo!… Yo era chica y vivía con mi abuela”, cuenta. Y sigue: “Había mucha nieve en invierno. Me llevaba mi papá a la iglesia, a la escuelita dominical. Él me envolvía en su tapado hecho de lana de oveja”.

Sus padres eran campesinos, labraban la tierra junto a varios hermanos. Pero la Primera Guerra Mundial había sumido a Europa en la tristeza, la muerte y la escasez. “Había mucha miseria, mucha miseria… Por eso, mis padres decidieron venir a América”, relata. Y subraya: “Todo el mundo se venía a la Argentina”.

Compraron pasaje en barco con la venta de su porción de tierra. La primera escala, después de varias semanas de travesía hacia la otra orilla del Atlántico, fue Paraguay. Pero, dice Ana, el país vecino no nadaba en la abundancia.

En aquel entonces Ana era única hija. Su hermana nació 11 años después en la Argentina.

“Paraguay era tan pobre, tan pobre en ese tiempo. Mi papá con otro compañero de trabajo se fueron al campo, a la colonia. Y querían comprar pan pero no había en ningún lado. ‘Ayer teníamos, pero hoy se terminó’. Había mandioca o choclo. Con eso ellos vivían”, recuerda.

Al tiempo, se instalaron en Chaco, en Villa Berthet, un pueblo a unos 180 kilómetros de Resistencia, hoy apodado el “diamante chaqueño”.

Aquella provincia, al igual que Misiones, venía acogiendo a una gran cantidad de inmigración centroeuropea desde fines del siglo XIX. La Argentina promovía la apertura como una manera de garantizar fuerza de trabajo para el desarrollo de la actividad agrícola ganadera, afirmar la soberanía y concretar el modelo productivo que demandaba el nuevo orden económico. También, los gobernantes del 1880 desplazaban así a los pueblos originarios.

La familia Trokimichouk se dedicó a la cosecha de al­godón y tenía una proveeduría, en la que los empleados golondrina se abastecían. “Labraba la tierra junto con mi papá. El sembraba algodón y yo ras­trillaba. Él ­tenía un arado y yo iba en otro. Todos trabajábamos. Yo era el varón y la mujer de la ­casa”, indica Ana.

Se trabajaba duro. Se levantaban a las 5 de la mañana, luego desayunaban exquisiteces, desde dulces y quesos hasta chorizos, y luego volvían a las tareas del campo. Así, todo el día, todos los días.

Pronto, Ucrania quedó atrás. Jamás volverían. “Había que tener dinero para ir de vuelta (se ríe). Y nunca había, casi nadie se iba. Ya el que llegaba a la Argentina no volvía más de vuelta”, afirma.

Ana comenzó a asistir a la escuela. El mayor inconveniente era el idioma y la pequeña se encargó de enseñarle el español a sus padres. “Y sí, yo fui a la escuela. Pero es tan difícil venir y no saber ni una palabra, ni nada en castellano. Se reía la gente de cómo uno hablaba. Decía todo al revés”, asegura.

“Pajarito” fue la primera palabra que aprendió.

El soldado ruso

Ana vivió casi 30 años en Chaco. Allí se casó con Valentín Dovganj y tuvo a siete de sus ocho hijos.

“Yo no sé si usted se acuerda que Perón trajo un barco lleno de soldados. Ellos venían caminando de Rusia, de Ucrania (…) Él decía que era de Rusia”, cuenta, en relación a la nacionalidad de quien fue su esposo.

La historia de su marido Valentín es un capítulo que no ha quedado del todo cerrado en la familia. Marta, una de las hijas y la sexta de los hermanos, asegura que entonces poco se hablaba de los tiempos pasados y que tienen algunos baches sobre cómo acontecieron los hechos.

“Era soldado de la Segunda Guerra Mundial, se escapó de Alemania y se fue a Italia, y de Italia, con Perón, se vinieron acá con algunos compañeros”, explica Marta. “Era ruso. Escondían también la historia, la cambiaban un poco, porque venían escapando. No contaba mucho”, agrega.

A Valentín lo conoció en el casamiento de un pariente en Villa Berthet. El hombre había concurrido al pueblo con un tío de Ana, a quien conoció en Buenos Aires, adonde vivía. Después de aquel encuentro comenzaron a escribirse durante un tiempo. Ella esperaba las cartas en el Norte y él, en la Capital.

Al tiempo se casaron: ella, con 20 años, y él, 30.

“Tenía candidatos pero justo cayó este”, se ríe Ana, mientras Marta muestra una foto en blanco y negro de la boda, del tamaño de un mural.

La llegada a Córdoba

Cuando sus hijos se hicieron grandes, Ana se empeñó en mudarse a Córdoba para que pudieran continuar el secundario. “Quería que mis chicos fueran a estudiar, para que no sean burros como soy yo, les decía”, sonríe Ana.

En Villa Berthet sólo había colegios primarios y pese a que podrían haber continuado en la localidad de Sáenz Peña, Ana quiso trasladarse a Córdoba.

Marta, la hija, recuerda la tristeza de sus abuelos ucranianos en la estación de tren el día en que se marcharon. “Éramos los únicos nietos nosotros, y dejábamos el Chaco y me acuerdo cómo lloraba mi abuelo. Y a los dos o tres meses falleció con un cáncer por el estrés que le produjo que nos viniéramos acá”, piensa.

En El Chaco, la familia administraba la parrilla “Fonda y posada de Valentín Dovganj” a la que concurrían políticos y personalidades. Al parecer, Valentín era muy sociable y “amiguero”.

Y prepa­raba asados maravillosos, también para quienes trabajaban toda la noche en la cosecha y buscaban una buena porción de carne, aunque fueran las 7 de la mañana.

Luego, Valentín trabajó en el Banco Provincia de Buenos Aires, primero allá y, ya en la provincia de Córdoba, en La Falda. Luego, se instalaron en la ciudad de Córdoba y comenzaron a administrar el Geriátrico Privado Santa Rosa 821.

Valentín y Ana se nacionalizaron argentinos porque, asegura la mujer, así ya no eran extranjeros y “todo era más fácil”. De todos modos, entre ellos continuaban hablando ucraniano. Valentín hablaba, además, alemán y ruso.

Cuando llegaron a Córdoba se alejaron un poco del idioma y las costumbres. Entre otras cosas, ya no tenían tan cerca la iglesia ucraniana a la que asistían asiduamente.

Valentín falleció en 1982, a los 63 años. La Guerra de las Malvinas lo aniquiló emocionalmente. “Es que él venía de pasar una guerra”, relata Ana.

“Para mí, la Argentina lo es todo”

Una cordobesa más. Ana se siente cordobesa, pese a que ha tenido influencia de diversas culturas y costumbres. Dice que es el sitio que más le gusta y que es su lugar en el mundo. “Me gusta todo de Córdoba”. Además, remarca que jamás se sintió inmigrante. “Para mí la Argentina lo es todo”, concluye

Comidas típicas. En Córdoba, Ana y su familia seguían preparando comidas típicas, aunque Ana reconoce que la cocina no era lo suyo. “Hacía muy rico el borsch (sopa de verdura roja rusa), los varenyky (una especie de empanadas con verduras) que son comidas típicas a base de papa y repollo, remolacha, carne de chancho. Era lo más barato, lo que más se podía mantener en el invierno allá”, cuenta Marta. Y agrega: “No sé cómo seguían comiendo eso en El Chaco, con 40 y pico grados. Comían lo mismo que comían en Europa, pero con los calores del Chaco”.

Blog Voces
Otras historias. El blog Voces es un espacio que recoge historias de inmigrantes de todos los tiempos que eligieron Córdoba como su lugar para vivir. Es un trabajo de La Voz del Interior y la Unión de Colectividades de Inmigrantes de Córdoba (Ucic).

  • Fuente: La Voz del Interior (Blog Voces) y Unión de Colectividades de Inmigrantes de Córdoba (Ucic)
  • Fecha: 21/06/2021 (La nota fue publicada originalmente el 26/05/2015)
  • Nota C22

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